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Si bien puede sonar políticamente incorrecto, nunca termino de entender cierta obsesión de las empresas por recolectar, como trofeos de guerra, certificaciones ambientales y sociales y reportes de sostenibilidad coloridos y muy bien impresos.
Quizá sea por una convicción práctica, tras tantos años de experiencia.
Con situaciones de certificación aún más “duras” en contenidos y mediciones como la de calidad ISO 9001, un riesgo real que he debido combatir es la carrera por el papelito, que invade a los responsables operativos, que no buscan mejorar los procesos sino lograr que el certificador de turno tilde su listado y entregue el tan deseado certificado, que se transforma en un fin en si mismo, y no, como debería ser, en un medio de mejora continua.
Ese mismo riesgo se tiene en certificaciones relacionadas con la gestión ambiental, como las que se otorgan bajo la norma ISO 14001.
Lo mismo he visto que ocurre con los llamados reportes de sostenibilidad, balances sociales o similares.
Como si se tratara del balance contable, ingentes recursos y energía se vuelcan al cierre del ejercicio para volcar acciones “bonitas” en un informe que algunos hacen, muchos reciben y caí nadie lee.
En ambos casos (certificaciones y reportes) , creo, el espíritu y las acciones concretas deben primar sobre la tentación selfie, una especie peligrosa y autocomplaciente de narcisismo 2.0.
Si bien tan malo como no hacer nada y comunicar mucho, como hacer mucho y no comunicar nada, hay que entender que el principal destinatario de las acciones y comunicaciones debe ser la comunidad interna y externa. Y que lo importante esa lo que se hace para generar valor compartido, no el marketing vacío.
Totalmente de acuerdo con el artículo de Adrián.
La experiencia nos ha demostrado que en muchas oportunidades la obtención de una certificación tiene más sentido “marketinero” mal entendido que la búsqueda del cumplimiento del objetivo real del certificado.
Tanto es así en relación con los informes de sustentabilidad (más conocidos como balance social) que hasta el dictado de la RT36 de la FACPCE los mismos en la mayoría de los casos ni siquiera se encontraban avalados por los auditores, resultando entonces instrumentos de datos de imagen y no elementos que resultaran útiles en la toma de decisiones.
Si, por el contrario, las organizaciones comprendieran que se trata de herramientas para la toma de decisiones en lugar de informes para “lucirse”, podrían evaluar mucho mejor los costos que su generación implica, reemplazando un trabajo puntual por una gestión permanente sobre aspectos que, en definitiva, impactan en el valor de la Organización.
Hola Javier, gracias por tu comentario, que comparto; esa es la idea del artículo. Abrazo